Nos pasamos la vida corriendo; muchas veces siguiendo a los demás; muchas veces solo seguimos lo que sentimos, en algún momento, lo que vendría siendo el instinto.
Y corremos y corremos y a veces paramos, porque ya no podemos más, pero no porque lo hayamos planeado y aún parando porque el cuerpo mismo nos lo está pidiendo, nos llegamos a enfadar con nosotros mismos.
¿Cómo puede ser posible que sea tan débil?
Y nos pasamos mucho tiempo reprochándonos cosas.
”Mira esta persona, después de todo, la vida le ha ido mejor que a mí”.
Vivimos siendo medidos por una vara que un día fue impuesta por la sociedad y que la hacemos nuestra, nos somatizamos con ella y ella con nosotros.
Que si a los 20 tienes que estar terminando tu carrera, a los 30 te tienes que casar, tener hijos y comprarte una casa. Y desde ese momento, ya no debes de ver por ti en primera persona, sino primero por tus hijos y después tú, en segundo plano.
Y es algo que hoy quiero NEGAR rotundamente.
La vida no es ni será nunca una carrera a la que llegamos tarde. La única meta es la muerte, el día que nos llegue.
Y nos estamos olvidando de disfrutar, de vivir ese momento que se va y no vuelve.
Nos atacan depresiones, ansiedades y muchas veces hasta ganas de terminar con el regalo más grande de nuestra existencia, la vida misma.
Mi mejor amigo, una persona a la que admiré desde el día cero, no tiene nada de lo que la sociedad dice que hay que tener y me dobla la edad.
Es una persona que tiene mucho de lo que muchos carecen; cultura, inteligencia, experiencias y la sed de querer saber más.
Un día, después de un accidente, lo acechó una enfermedad que lo ha dejado diferente; porque la parte que tenía mi mejor amigo hoy está dormida. Sus facultades mentales no están iguales; ya no puedo hablar igual con él porque hasta se olvidó de hablar y tiene que volver a aprender.
Y mi alma se entristeció, porque veía en él la fortaleza que a mí me estaba faltando. Y echar de menos a alguien que aún existe es un sentimiento que no le deseo a nadie, ni a mi peor enemigo.
Y ahora tengo que encontrar esa esencia en nuestros recuerdos, en nuestras canciones, para volver a traerlo, para terminar de despertar su mente y que vuelva ese ser humano que era y que sé que sigue siendo.
Te cuento esto porque, aunque la pena me acecha a cada momento de mi existencia y tengo crisis existenciales a cada minuto de mi ser, no me olvido de que tengo la dicha de poder volver a empezar, cada día.
Los que quedaron atrás, ya son parte del pasado. Los que tenemos en el presente, cuidémoslos, porque no sabemos hasta cuando nos tendremos.
Ayudemos más, usemos más el corazón, pero sobre todo, cuídate mucho, ámate mucho y no te olvides de que cada día, puedes volver a empezar.
Te abrazo fuertemente y muchas gracias por acompañarme en este viaje.
Laura
volar. siempre